domingo, 8 de julio de 2012

En el bosque .

Abro los ojos y miro a mi alrededor, palabras eternas que crecen desde la tierra y acarician el cielo, el viento. Sonrisas de colores que brotan en los rincones, perfumadas, retorciéndose para alcanzar la luz. Miradas que revolotean por mi cabeza y juegan con el viento, que pican y asustan o que sorprenden y maravillan.
Dejando que las ideas vuelen junto a las copas de los árboles, empiezo a creer en ese otro mundo que subyace en la tierra al hombre. 
El bosque habla despacio. 
Se sacude al unísono cada árbol y el sol se cuela entre las ramas, entre las hojas, creando pequeñas bóvedas de luz, claros donde el verde es más fosforescente que en cualquier otra paleta. El camino surcado por troncos muertos, huesos de antepasados que marcan la huella, que obstaculizan, que se hacen ver porque algún dia estuvieron danzando pero aún hoy no dejan de ser bosque. 
Camino. El camino y la caminata. Allá al fondo de mí, la tierra está caliente y la suela de mis zapatillas me queman. Había olvidado esa sensación, la de la planta de los pies... así como se olvida también la luz del sol y el viento.
Mi fidelidad aumenta paso a paso y pronto siento que puedo creerlo todo: soy un árbol más, en el bosque; debo escuchar lo que dicen mis compañeros asi aprendo a bailar al unísono; puedo crecer con la tierra bajo mis pies, sintiendo su fuerza, con los brazos hacia arriba, confiando en los sueños, y con las ideas al viento, escuchándolo y permitiendo el cambio de rumbo.




(Anatole Franco)

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