lunes, 24 de abril de 2017

Brindemos por nuestros pecados.


Y permanecí allí, elegí intercambiar mi dialecto y tus palabras, a rozar nuestras miradas que se diluían entre algunas copas. Sentía en mi la tensión de tu pulso, mis ganas de escalar desde tus tobillos hasta tus rodillas y empezar a pasear mis manos por tu cuerpo, perdón, tu monumento.
Nuestras contemplaciones se lamían con exceso y perversión, poco a poco la distancia se aproximaba y mis labios entonces probaron el borde de sus labios, el tacto húmedo y excitante de su lengua. Cuanto más probaba el lenguaje de su boca, más sabía que sus besos eran una locura... ¡qué labios tan lindos!
Nuestras palmas mantenían un diálogo a través de nuestros cuerpos, sus labios marcaban territorio por mi cuerpo y mi mano se agarraba a su cuello. Nuestros cuerpos desnudos se apretaban con dureza y el ritmo se marcaba por la intensidad de mi boca en su sexo y sus manos agarrando mi cabello.
El mutismo dio paso a los gemidos, descubriendo en la profundidad de nuestras pupilas; y poco a poco sin desviar nuestros iris, los choques fueron lentos, paulatinos, pero con una gran intensidad, clavándose en un final profundo.
Su cuerpo, su curva, su espalda, su sexo, deslizar mis dedos por su espalda y el idioma obsceno de mi lengua...
Dejando que nuestros sexos se empaparan del erotismo, del instinto, de las ganas, del cariño. Y en mi pasión insaciable, cada segundo recuerdo su boca...


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